Nos despertamos tarde y aquel día nos lo tomamos de descanso. Nuestro hotel estaba en un enclave privilegiado y las vistas del Atlántico eran inmejorables. Pasamos la mañana disfrutando de la piscina y del océano, completamente solos. Las pocas personas con las que nos cruzamos nos saludaron efusivamente. De hecho, en el hotel mismo había más personal que huéspedes. En Gambia los meses fuertes de turismo son julio, agosto, diciembre y enero.
Hotel Kololi Beach
Después de tantas horas en remojo decidimos pedir unas hamburguesas para comer y con el estómago lleno nos tumbamos un rato. Qué paz y tranquilidad, qué fácil se había vuelto todo de repente. Por un día no había prisas ni negociaciones, solo descanso. Por la tarde, paseamos por la playa, disfrutando de la bajada de temperatura y del sonido de las olas, solo perturbado por los dueños de algunos pequeños comercios de zumos naturales. Por suerte, ya teníamos experiencia así que conseguimos evitarlos con relativa facilidad.
Disfrutando de la playa de Kololi
La playa se ha llenado ahora de niños que juegan a fútbol y algunos corredores que aprovechan para hacer ejercicio. En nuestro paseo vemos un pez de grandes dimensiones que yace tendido muerto sobre la arena y hasta una sepia. El horizonte aparece inmenso ante nosotros y un sol definido nos regala los últimos rayos del día. Al volver, nos encontramos con un hombre que está sentado frente al océano sobre un tronco, papel y lápiz en mano. Busca inspiración para su composición musical. Ni si quiera nota nuestra presencia, o simplemente la ignora.


Aquella noche dormimos como en casa. Al día siguiente, decidimos levantarnos temprano para disfrutar de la piscina antes de abandonar el hotel y volver a entrar en Senegal. Fue precisamente allí donde conocimos a una mujer mexicana que estaba viviendo con su marido e hijos en Gambia. Él era un arquitecto mallorquín y por trabajo pensaban quedarse en el país unos 10 años. Fue esta mujer la segunda persona que nos habló del centro de convenciones que estaban construyendo justo al lado del hotel, concretamente en la que había sido una reserva natural de monos. La recepcionista nos había dicho que desde que habían empezado las obras casi no tenían monos en el complejo y jardines del hotel. ¡Qué vergüenza! Antes les molestaban, pero ahora que empezaban a faltar los echaban de menos, nos explicó con tristeza.

Se estaba haciendo tarde así que nos despedimos de los lujos, los monos y el hotel en general para seguir nuestro camino. La idea era volver a cruzar la frontera y entrar en Senegal. Una vez allí, nos dirigiríamos a la zona de la Casamance, concretamente a Ziguinchor. ¡Seguimos el viaje!