Alquilamos un coche en el mismo aeropuerto (sin necesitar el carné internacional) y como era la primera vez que conducíamos un automático dimos una vuelta de prueba por el párking con el comercial del rental car. Todo bajo control, así que pusimos rumbo a la playa Farallón con una misión: bañarnos en el océano Pacífico.
Playa Farallón
El acceso a la playa en coche es un poco difícil porque no está especialmente bien indicado y tienes que pasar por varios caminos de tierra, pero nada que pueda alejarnos de nuestro plan original.
Comimos pescado frito con patacones en un chiringuito con vistas al mar y también varias visitas al lavabo porque algo no nos había sentado bien el día anterior. Sonaba salsa de fondo y al ritmo de Rubén Blades nos fuimos a pasear por la arena. La playa Farallón es una playa extensa y ancha, de arena blanca, y está sobre todo frecuentada por gente local. Cigüeñas y bañistas comparten escenario, por encima y dentro de unas aguas turbias y frescas.
Parada rápida en Natá de los Caballeros
Después del chapuzón volvemos a coger el coche y llegamos a Natá de los caballeros, que destaca por ser una de las primeras ciudades coloniales de todo el continente americano. Fundada en el año 1522, es la segunda ciudad más antigua del litoral Pacífico.
Su principal reclamo es la Basílica Santiago Apóstol, que tiene la particularidad de ser la iglesia más antigua de América que todavía está en uso.
De hecho, pudimos comprobarlo con nuestros propios ojos porque al llegar estaban celebrando una animada misa con coro y bailes. Solo nos quedamos un rato porque no queríamos molestar. Aquella nohe íbamos a dormir cerca de Chitré, así que no tardamos en volver a ponernos en camino.
La desagradable sorpresa de nuestro alojamiento
El alojamiento en Chitré fue el peor del viaje con diferencia. No nos atrevimos a entrar en la piscina que tenía un color verde sospechoso, donde las aguas estancadas no dejaban ver el fondo. Tampoco había agua caliente, pero la mayor sorpresa fue al entrar en la ducha y ver como subía por el desagüe un enorme escorpión negro. Como había llovido el día anterior, todo tipo de bichos trataban de encontrar refugio en nuestra habitación. Cucarachas, un compresor de aire que parecía que iba a estallar en cualquier momento, otra visita de un escorpión a las 3:00 a.m y un gallo que no dejó de cantar en toda la noche.
Salimos por patas del alojamiento, porque no estábamos dispuestos a pasar allí ni un minuto más de lo necesario, así que cogimos el coche y pusimos rumbo a Pedasí.
Visita pasada por agua a Pedasí y Parita
Descartamos ir a playa Venao (famosa entre los aficionados del surf por sus imponentes olas) por el mal tiempo que estaba haciendo, aunque sí que nos dimos una vuelta por la ciudad de Pedasí para admirar sus pintorescas casas. Llovía tanto que tuvimos que entrar en la iglesia de Santa Catalina para resguardarnos del chaparrón.
También hicimos una parada breve en Parita y aprovechamos para comer en la fonda La Criolla. Lentejas, estofados, bacalao; comida de puchero en un restaurante de carretera que casaba a la perfección con el clima.
Llegada a Santa Catalina
Llegamos a Santa Catalina de noche, después de horas en la carretera siguiendo indicaciones inexistentes y preguntando varias veces. Una vez en el pueblo, un niño nos muestra el camino a nuestro hotel, aparcamos el coche y salimos por fin a estirar las piernas. Es un sitio precioso, frente al mar, aunque con nosotros llegó también un apagón, así que dejamos las mochilas y aprovechamos para salir a cenar y dar un paseo. ¡El día siguiente prometía ser uno de los más emocionantes del viaje!
Santa Catalina y el mejor snorkel de Panamá en la isla de Coiba
El día siguiente no fue uno de los días más emocionantes del viaje. Amaneció con tormenta y a las 7:45 todos los tours a la isla de Coiba se cancelaron. Santa Catalina es un pueblecito pesquero, famoso entre surfirstas y amantes del fondo marino porque es la puerta de entrada a la reserva natural de Coiba.
Nos habíamos quedado sin plan así que aprovechamos para desayunar como campeones con pancakes, un bol de frutas, croissants, yogurt y zumo de sandía. Pasamos el día en la playa, paseando, haciendo fotos, viendo cómo los niños intentaban surfear las olas, tomando el sol y observando como el ejército entrenaba o los perros callejeros vagaban sin rumbo por la arena.
Para acabar el día: un pescado fresco y un cielo despejado que nos permitiría visitar la isla de Coiba el día siguiente.
¡Hace sol! Llegamos entusiasmados al punto de encuentro y allí nos presentan al guía y nos probamos los equipos para hacer snorkel: gafas y tubo, aletas y chalecos salvavidas para el barco. Nos embadurnamos bien de crema y empezamos.
Después de una hora de camino fantaseando sobre la fauna marina que íbamos a ver, llegamos a una pequeña isla en medio del pacífico que se conoce con el nombre de Pepita de Oro, pues su arena es tan brillante y dorada como este metal noble. Rodeamos parte de la isla a nado y pudimos ver tortugas enormes pasando por al lado y por debajo de nosotros, peces de colores, corales imposibles y tiburones de arrecife grandes y pequeños. Al subir a la superficie, un cielo tan azul como el agua y unas finísimas nubes alargadas.
La segunda parada fue en la isla principal, donde aprovechamos para comer una ensalada de pasta y fruta. El sol quemaba y nosotros buscábamos refugio bajo las palmeras. Ya un poco alejados de la costa, un caimán de dimensiones imponentes observaba un grupo de personas que a su vez vigilaba y se hacía fotos con el animal. No nos atrevimos a quedarnos mucho rato y enseguida volvimos al agua para seguir disfrutando del fondo marino: vimos nuevos peces de distintas formas y colores, erizos, estrellas de mar y hasta una morena.
La diversidad de esta zona es difícil de imaginar hasta que no estás allí. Es probablemente uno de los mejores snorkels que hemos hecho. Las tortugas y tiburones son el plato fuerte, pero la belleza de los corales y la sutileza de los peces más pequeños completan y le dan profundidad a este lienzo marino.
Hubo una tercera parada, pero esta vez en vez de sumergirme y seguir al guía para rodear una nueva isla, decidí quedarme en la playa, compartiendo arena con cientos de cangrejos. No había nadie, la calma era absoluta.
Volvimos a Santa Catalina a media tarde, agotados, pero con los ojos bien abiertos porque había la posibilidad de avistar ballenas. ¡Nosotros no tuvimos tanta suerte!
Aquella noche cenamos temprano y cuando nos fuimos a dormir ya no éramos capaces de distinguir si el ruido y el balanceo de las olas venía de dentro o de fuera de nuestras cabezas. Coiba había pasado a formar ya parte de nosotros.
El Valle de Antón
Pasamos el día en el coche, de camino hasta Santiago, en la zona del Valle de Antón. A mí me vino bien para recuperarme y coger fuerzas porque lo cierto es que llevaba días con unas cefaleas horribles y una herida en el labio que me molestaba al reirme. Además, en la farmacia solo habían querido darme unos polvos blancos que no mejoraban mucho la situación (ni la herida, ni desde luego, las fotos). Comimos en la carretera y cenamos al lado del hostel unos solomillos secos y duros. Tocaba cambiar la playa por montaña, aunque fuera solo brevemente.
Desayunar pancakes es siempre buena idea, así que no desaprovechamos la oportunidad y así empezamos el día antes de ir a visitar la reserva natural del Chorro macho. Paseos entre la naturaleza, cascadas, piscinas naturales, puentes de madera colgantes e incluso tirolinas. En el Valle de Antón se respira aire fresco y tranquilidad. No llegamos a bañarnos en las zonas habilitadas, pero sí que nos animamos a tirarnos por una de las tirolinas. ¡Arneses puestos y a disfrutar de las vistas!
Pasamos la tarde en el Mariposario del Valle admirando las especies más fascinantes de mariposas: algunas de color azul brillante, otras con alas transparentes o las que imitaban los ojos grandes y amarillos de un buho. También había varios colibrís, que suspendidos en el aire batían con velocidad sus alas.
Mientras tanto, el guía del mariposario nos explicaba con entusiasmo el ciclo de la vida de las mariposas, desde el huevo inicial del que nace la oruga, hasta la fase final donde la mariposa renace de su crisálida. Salimos de allí con una enseñanza clara: las personas deberíamos ser más como las orugas, que dan tanto como reciben. Al inicio del ciclo, como orugas, se alimentan de las hojas de las plantas, pero cuando se transforman en mariposas serán ellas mismas las que policinen sus flores.
Nos despedimos del Valle de Antón, y todavía pensando en cascadas, orugas y mariposas cogimos el coche de camino a ciudad Panamá. En menos de 24 horas estaríamos en el archipiélago de San Blas, donde vive la comunidad Guna Yala y se encuentran algunas de las playas más vírgenes del país.