Desde el mismo hotel conseguimos contratar un taxi para que nos lleve a Yazd y de camino paremos en Persépolis, Rajab, Rostam, Pasargadae y Abarku. Una excursión de todo el día cuyo precio es de 150 dólares. Meherán es nuestro conductor en este viaje, un simpático y hablador iraní que ameniza y completa la excursión con didácticas explicaciones.
La primera parada es en la antigua ciudad de Persépolis. Fue Darío el Grande quien empezó la construcción de este colosal complejo en el año 515 antes de cristo, aunque no sería acabado hasta 200 años más tarde. Darío el Grande construyó la ciudad de Persépolis en el corazón de su imperio como muestra de su poder y también para acoger las celebraciones del Nawrooz (el Día de Año Nuevo). Persépolis contaba con un palacio, estancias privadas, salones de recepción, cuarteles militares y salas del tesoro. Un total de 13 hectáreas ocupa la ciudad de Persépolis, declarada desde el año 1979 patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Alejandro el Grande, cuando destruyó y saqueó el complejo a modo de venganza necesitó más de 10.000 mulas y 5.000 camellos para transportar el botín que halló en él.
La puerta de todas las tierras, construida en el año 475 por Gerges, el sucesor de Darío el Grande, es la primera construcción que se encuentra tras subir cualquiera de las dos escaleras que dan acceso al recinto, unas escaleras muy planas que permitían a los que las subían conversar tranquilamente mientras lucían sus galas. Una de las escaleras estaba reservada para los nobles, mientras que la otra la utilizaban los visitantes y embajadores de distintas naciones que traían obsequios para el Shah.
La Puerta de todas las tierras estaba flanqueada por 2 toros alados de cabeza humana, con rasgos asirios. Sobre ellas se podía leer la siguiente inscripción:
<<Soy Gerges, el Gran Rey, rey de reyes, rey de las tierras de mucha gente, rey de esta gran tierra y más allá. Gracias al favor de Aura Mazda he hecho construir esta Puerta de Todas las Tierras […]>>
Caminos a través de ella para adentrarnos en la antigua ciudad de Persépolis. El sol aprieta desde primera hora de la mañana y las sombras no abundan en este lugar. Pasamos frente a la escultura del pájaro homa, cuya imagen ha sido adoptada como logotipo de la aerolínea IranAir, y llegamos a la segunda puerta del recinto custodiada por la escultura de dos caballos inacabados. Esta puerta, parece ser que fue la entrada del patio de las mil columnas. También es aquí donde los emisarios entregaban sus regalos, que posteriormente eran colocados en la sala del tesoro situada muy cerca de dicha puerta. Antes de seguir con la visita subimos a la pequeña montaña para apreciar desde las alturas las vistas del lugar y echar un vistazo a las tumbas reales. Varios guías nos saludan en el camino y también nos encontramos con una pareja que se aloja en el mismo hotel que nosotros. Al bajar nos espera una de las maravillas de este lugar, una escalera de relieves perfectamente conservada. A la derecha se reconocen los 10.000 Imortales, la guardia imperial, sirvientes y carruajes. A la izquierda aparecen representados con gran detalle los enviados de 23 naciones diferentes que traen obsequios para el shah: árabes con dromedarios, armenios que traen caballos y vasijas, asirios con ganado, arqueros elamitas y sus leones, etc.
Seguimos paseando por el recinto y nos topamos con el descomunal hall de las audiencias, que tenía capacidad para acoger a unas 10.000 personas. También nos acercamos al Palacio de Invierno de Darío y al Palacio de Artagerges III, cuyo nombre quiere decir “Gobernando a través de la verdad”. La grandeza e importancia que tuvo Persépolis se ve aún hoy en día reflejada en las ruinas de la ciudad. Una visita a la antigua Persépolis es imprescindible en todo viaje a Irán.
Agradecemos el aire acondicionado del coche y también el poder estar a la sombra un rato. Después de una breve parada en Rajab, para ver los 2 relieves que allí se visitan, nos dirigimos a Rostam, situado a 3 kilómetros de Persépolis. Es allí donde se encuentran talladas en la montaña y en forma de cruz cuatro impresionantes tumbas acaménidas, que corresponden a cuatro de los gobernantes persas más importantes de la época: Darío II, Artagerges I, Darío el Grande y Gerges I (de izquierda a derecha). Imponentes, sobre la montaña se alzan estas 4 sepulturas, cubiertas de relieves. Es una parada corta, aunque muy interesante. A la salida del recinto hay varios camellos esperando a que algún niño quiera montarlos.
Pasargadae es la siguiente parada, aunque después de ver Persépolis estas ruinas quedan bastante deslucidas. El monumento más importante es la tumba de Ciro el Grande, el fundador del Imperio Persa. Esta construcción sencilla y de forma cuadrada está situada sobre una plataforma de tres escalones, que la elevan sobre el suelo. También pueden visitarse lo que era el área de la ciudadela, el altar del fuego, la prisión y los palacios de las audiencias. Mientras descansamos de la caminata entablamos conversación con un conductor de autobuses local. Nos cuenta en un inglés intuitivo que su hermana vive en París y que él está deseando poder viajar a Europa. “Irán es bueno, pero los gobernantes no lo son”, explica indignado. Utiliza la palabra terroristas. “La gente vive en el pasado, las mujeres tienen que ir tapadas, ¡y no hay whisky!”. Nos entendemos con dificultades pero al final nos acaba dando su número de teléfono y nos desea un buen viaje.
Paramos a comer en un restaurante de carretera, muy barato pero de buena calidad, donde el cocinero nos saluda amablemente y nuestro conductor pide 3 estofados diferentes para que los probemos todos (una vez más). La verdad es que comemos muy bien y seguimos de camino hasta Abarku, que literalmente significa “en la montaña”.
La primera parada es la Casa del Hielo, una construcción de ladrillos y adobe en forma de colmena o invernadero que servía para conservar bloques de hielo hasta el verano y así estar abastecidos. Un mecanismo simple pero muy efectivo. A lo largo del viaje, podremos ver más construcciones de este tipo.
Seguimos la ruta prevista hasta llegar a una antigua casa de comerciantes, que tiene como peculiaridad que sus torres de viento son las que se encuentran representadas en los billetes de 200.000 riales. Podemos subir al tejado y pasear tranquilamente mientras apreciamos unas bonitas vistas de la ciudad. Fátima, una de las chicas que nos vende las entradas nos pregunta con curiosidad de dónde venimos, nuestro nombre y qué opinión tenemos de Irán. Al final, nos hacemos una foto juntas y nos despedimos de ella con una sonrisa.
La tumba de Hassan Ibn Kaikhosrow es la última parada del viaje antes de llegar a Yazd. Es ahora cuando empieza a bajar el sol y las vistas de este santuario en forma de torre son preciosas. La tumba se encuentra en lo alto de una colina, al final de una escalera de piedra. Su silueta recuerda a un faro que desde lo alto vigila la ciudad de Abarku.