Nuestra llegada a Bocas del toro se hizo de rogar. Nos habían retrasado el vuelo así que por la mañana aprovechamos para ir a ver las esclusas de Miraflores y volamos después de comer. Aquella noche íbamos a dormir en uno de los alojamientos más especiales de todo el viaje: Punta Caracol.
La única forma de llegar es en lo que ellos llaman un water taxi, una especie de barca a motor que sale desde el puerto más cercano y tiene capacidad para 8 o 10 personas.
Llegamos cuando estaba anocheciendo y no pudimos tener mejor recibimiento. En medio del Caribe y sobre unas pasarelas de madera se encuentran las discretas cabañas de Punta Caracol. Con techos de paja, duchas de agua salada y una hamaca para mecerte al ritmo de las olas. Este lugar es irreal.
Bajamos de la barca con la boca abierta y sin todavía asimilar que aquella noche dormiríamos allí. Cada cabaña llevaba el nombre de un animal y la que nos tocó a nosotros fue la de la ardilla. Dejamos las maletas, muy ilusionados, y nos fuimos a la zona del restaurante. Aquella noche cenamos pescado y nos acostamos arrullados por el vaivén del mar.
A las 5.00 a.m de la mañana siguiente ya estábamos despiertos. Lo cierto es que amaneció un poco nublado, pero se fue despejando durante del día. Desayunamos un zumo y tostadas y volvimos a coger el water taxi hasta Colón, que es la isla principal. La mayoría de excursiones en Bocas del Toro salen termprano por la mañana, así que decidimos contratar un tour privado para no perder el día y fue todo un acierto porque coincidimos con mucha menos gente.
Avistamiento de delfines, snorkel y Cayo Zapatillas
Compramos unos snack y cervezas y nos pasaron a buscar en el hotel Tropical Suits. Nos pusimos los chalecos salvavidas y empezamos el tour. No sabíamos si tendríamos suerte, pero la verdad es que si prestabas atención era fácil poder ver cómo los delfines salían a respirar y se sumergían de nuevo. Es increíble la cantidad de vida marina que acoge esta zona del mundo.
De hecho, no muy lejos de allí paramos en un arrecife de coral para hacer snorkel. Peces tropicales grandes y pequeños, corales de todas las formas imaginables y algún que otro trago de agua salada. Mientras Carlos nadaba despistado hacia otro lado, yo veía los peces más coloridos y exóticos.
Paramos a comer en una islita de la zona y, cómo no, el menú del día fue pescado. Nos dio mucha verguenza porque no llevábamos suficiente dinero en efectivo y nuestro guía nos tuvo que dejar 10$.
Ya con la barriga llena, volvimos a emprender la marcha. El mar estaba un poco revuelto y la barca pegaba saltos así que teníamos que agarrarnos para amortiguar el impacto del culo en el asiento. Además, con el ruido del motor no podíamos oír al capitán que hablaba flojísimo. Llegamos por fin a cayo Zapatilla y no había absolutamente nadie. Saltamos del barco y nadamos hacia la orilla, donde nos esperaba una arena blanca y finísima. Disfrutamos como niños de tener la playa para nosotros: corrimos, hicimos fotos, nos rebozamos de arena y jugamos con el mar.
Nos hubiéramos quedado allí indefinidamente, solos, disfrutando de nuestra playa privada en el Caribe, pero se estaba haciendo tarde y todavía quedaba la última parte de la excursión.
Paramos el motor mientras pasábamos entre manglares, muy despacio, mirando hacia arriba con la esperanza de ver algún perezoso descansando en lo alto de un árbol. ¡Qué pena! No había ninguno visible desde nuestro barco. ¡Quizá otro día! Aquí acababa nuestra excursión así que volvimos a Colón, pagamos la deuda que teníamos con nuestro guía y nos fuimos al hotel a descansar. ¡Al final no nos acordamos ni de bebernos las cervezas que habíamos comprado!
Surf, reggae y caimanes en la playa de Red Frog
A la mañana siguiente nos levantamos y fuimos a dar una vuelta por Bocas ciudad para ver qué otros lugares nos ofrecía este paraíso panameño. Después de preguntar en varios locales acabamos decidiéndonos por una excursión a la playa de Red Frog.
Llegamos en barca al punto de partida y nada más bajar nos encontramos con un perezoso que subía poco a poco a un árbol. Era muy pequeño y se movía tan a cámara lenta que resultaba entrañable.
Para llegar a la playa de Red frog, hay que recorrer un sendero a través de la selva donde en principio se pueden ver ranas de colores, de aquí el nombre del lugar. Nosotros no tuvimos suerte con las ranas, pero nos quedamos muy satisfechos habiendo visto el perezoso de la entrada y un enorme caimán descansando en una de las charcas.
Red Frog es una playa ancha y larga de arena clara donde los más atrevidos pueden tomar clases de surf. Nosotros optamos por darnos un bañito y quedarnos en el chiringuito del lugar comiendo arepas y bebiendo zumo de frutas mientras veíamos a los surfirstas menos experimentados revolcarse con las olas. Todo esto con la música de Bob Marley como banda sonora.
Lo que no os he contado todavía es que el primer día nos olvidamos el móvil y el cargador en el hotel de Punta Caracol, pero como nos había gustado tanto el sitio decidimos renunciar a nuestro hotel en Colon y volver a Punta Caracol dos días más tarde (y así de paso recuperar el móvil).
Nos recogieron desde el mismo muelle que la última vez y llegamos a Punta Caracol a media tarde. Compartimos barco con un grupo de amigos que bebía ron-cola en lata, algo que todavía era una novedad para nosotros, pero no nos atrevimos a probarlo.
Aprovechamos la tarde para darnos un último baño en el mar, era tan fácil como saltar desde la terraza de nuestra cabaña para zambullirnos en el agua. Acabamos el día haciendo Kayak, entre manglares, con el sol escondiéndose entre el cielo y el mar, y nosotros remando, relajados, en el Caribe.
Estrellas de Mar y Langosta en la playa
El siguiente día en Bocas del Toro fuimos a la playa Estrella, que de hecho, estaba muy cerca de nuestro alojamiento. Llegamos en una barca compartida y en seguida entendimos el nombre del lugar. Toda la orilla está llena de estrellas de mar. Hay de diferentes colores y tamaños, pero las más habituales son de tonos rojizos. ¡Tienes que ir con cuidado para no pisarlas cuando estás dentro del agua! Estuvimos nadando y recorriendo la costa llena de vegetación, con palmeras que desembocan directamente en el mar.
Para comer, lo más típico es langosta. ¡Las pescan allí mismo! Si te fijas puedes ver en el mar una especie de redes que se utilizan como trampas para langostas. Comimos directamente en la playa, en un restaurante muy sencillo, con los pies descalzos sobre la arena. La langosta estaba riquísima, aunque no puedo decir lo mismo del mojito color verde radiactivo que por algún motivo decidimos pedir. Fue una despedida perfecta antes de volver a Colón.
Solo había un problema. Con la euforia del momento en playa Estrella yo había acabado con los pies llenos de unos pinchos casi invisibles de lo finos que eran pero muy molestos al caminar. Leímos que con sal y vinagre salían más fácil, así que Carlos fue al supermercado y vaciamos en la bañera una botella entera de vinagre y un paquete de sal.
El plan de antes de cenar fue una muy poco exitosa extracción de pinchos. Por desgracia, tuve que lidiar con ellos durante los siguientes días. Aquella noche cenamos en un restaurante de la zona (yo tampoco podía ir muy lejos) y acabamos el día viendo el último episiodio de la Casa de Papel. Por cierto, ¿os acordáis de que Tokio y Río se esconden en Panamá? Os cuento en otro post exactamente dónde van.
Visita a la plantación de cacao de Oreba
En Panamá viven unos dos millones de indígenas y una de las comunidades más grandes es la conocida con el nombre de Ngäbe (pronunciado algo así como gnobe). Se trata de un pueblo dedicado principalmente a la agricultura y que en la actualidad combina esta labor con el trabajo artesanal.
Nuestro último día en Bocas del Toro lo dedicamos a visitar la granja de cacao de Oreba.
Cuando llegamos, Mauricio y su ayudante nos estaban esperando para enseñarnos la plantación. Llevábamos varios días de playa, así que volver a la montaña nos iba a sentar fenomenal.
Empezamos un trekking suave donde vimos todo tipo de plataneros, limoneros, la planta de la piña y estuvimos jugando con las mimosas, que cerraban sus hojas al tocarlas. “El precio del cacao no es rentable”, nos cuenta Mauricio, “así que el turismo nos ayuda a cubrir gastos”. Seguimos paseando admirando toda la vegetación y nuestro guía nos habla de lo difícil que se les hace mantener en buen estado todos los cultivos, sobre todo debido a los hongos, que pueden llegar a echar a perder hasta el 80% de los productos.
De pronto para y levanta con cuidado un pequeño tronco. “¡Mirad! Estas ranas se comen los mosquitos”, dice mientras nos enseña una pequeñísima rana verde que enseguida salta a esconderse. Por lo visto también son venenosas así que es mejor no acercarse mucho. Llegamos después de un buen paseo a una modesta zona de trabajo.
Nos explican que el cacao se recoge a mano y nos enseñan como se abre el fruto. Normalmente son los hombres quien lo abren y las mujeres quienes lo desgranan. Después se fermentará entre hojas de plátano y se dejará secar. Luego se evaluará la calidad y según ésta se determinará el precio. Nos sorprende saber que básicamente los granos de cacao se exportan a Suiza para hacer chocolate.
¿Pero cómo hacen chocolate en Oreba? Su elaboración no tiene nada que ver con el proceso industrial. Primero se pela y se quita la cáscara para poder tostarlo bien. En ese momento están tostando el cacao al fuego, así que nos dejan acercarnos y removerlo. Luego se muele con una piedra y así se obtiene la pasta de cacao que mezclado con aceite de coco y miel se convierte en chocolate. ¡Normalmente es de más del 90%! La textura es mucho más granular y el sabor amargo. Nos dan a probar el resultado final y nos gusta tanto que no podemos resistirnos a comprar varias tabletas para llevarnos a casa.
Acabamos la visita con un plato tradicional a base de pollo y verduras. ¡Ya estamos listos para continuar con el viaje!