La ciudad de Yazd, situada a unos 700 km al sureste de Teherán y a una altura de 1.200 metros, es conocida por la fuerte influencia ejercida por parte de la comunidad zoroástrica. En Yazd, el Zoroastrismo llegó a su máximo apogeo durante el siglo XVII. No obstante, en el siglo XIX, la mayoría de miembros de esta comunidad tuvo que huir a Teherán o incluso a la India a causa de la persecución llevada a cabo por parte de las autoridades del país. Hoy en día, menos del 10% de la población de Yazd practica esta religión.
El Zoroastrismo es una de las religiones más antiguas del mundo, pues precede al Judaísmo, al Cristianismo y al Islam. Se basa en la creencia de un dios todopoderoso, Aura Mazda, creador del universo. El profeta Zarathustra fue el elegido para transmitir los valores y enseñanzas ligadas a esta religión. El zoroastrismo guarda una fuerte relación con la naturaleza, por este motivo no es de extrañar que la fuerza y energía divina se manifieste mediante el sol y el fuego. En Yazd y los alrededores podemos encontrar varios santuarios zoroástricos que albergan la llama eterna y también las llamadas torres del silencio, utilizadas con fines funerarios.
El primer día en Yazd decidimos invertirlo en hacer una excursión larga por los alrededores, con paradas en Meybod, Chack Chack y Kharanaq. Nos alojamos en el hotel Orient, un sitio de lo más agradable al lado de la Mezquita del Viernes, con un acogedor un patio central y un restaurante en la terraza del ático. Además, agradecemos que la compañía de este hotel sea la de 3 tortugas y no un ratón. Después de desayunar en la terraza con vistas a la ciudad, salimos a la calle y nada más girar la esquina un taxista llama nuestra atención. El recepcionista del hotel, muy honestamente, nos había recomendado que contratáramos la excursión en otro sitio ya que nos saldría más económico, y así lo hicimos.
Ali es el nombre del conductor que compartirá el día con nosotros. No habla mucho inglés pero le sobra simpatía así que la comunicación no es tan difícil. La primera parada del día la hacemos en Meybod, donde visitaremos el fuerte de Narin y un antiguo caravanserai. La fortaleza de Narin, construida en adobe, servía en sus días para proteger la ciudad de Meybod, un importante centro zoroástrico. Hoy en día, todavía se encuentra en muy buen estado y las vistas desde la fortaleza son inmejorables. Paseamos tranquilamente por allí y nos tomamos nuestro tiempo para hacer fotos y disfrutar de la tranquilidad.
A la salida, nuestro taxista nos espera hablando con el que más tarde nos presentaría como su hermano. Él también es conductor y lleva a un grupo de españoles, que además se hospeda en el mismo hotel que nosotros. Desde ese momento hacemos las paradas juntos y sufrimos en compañía por el estado de nuestros coches. Antes de dejar Meybod también visitamos el caravanserai, lugar donde los comerciantes podían pasar la noche y descansar de la actividad diaria en sus viajes y rutas comerciales.
Volvemos al coche para dirigirnos a la siguiente parada: el pueblo de Chack Chack. Solo por su nombre este pequeño emplazamiento en las montañas nos despierta cierta curiosidad. El paisaje cada vez es más inhóspito, las montañas peladas de vegetación se alzan majestuosas con colores marrones, amarillos e incluso violetas. Éstas protagonizan una escena solemne y cautivadora. Ali, desde el coche, nos enseña farsi. “Garme”, dice él. “Gaarrr-me”, intentamos repetir nosotros. El resultado: una enorme carcajada. Nos enseña a decir ‘calor’ (que es algo parecido a garme), ‘bueno’, ‘bonito’ y también alguna otra palabra más; aunque nuestra pronunciación deja mucho que desear.
Llegamos a Chack Chack después de una buena subida en coche, todo un logro teniendo en cuenta el estado de nuestro taxi. El conductor nos dejó en el parquin y subimos andando hasta el santuario zoroástrico Banu Pars, dedicado a la diosa Anahita. Actualmente solo unas pocas familias cuidan del lugar y se encargan de dar asilo a los peregrinos que llegan hasta allí. El santuario se encuentra excavado en una pequeña cueva, a la que podrás acceder después de quitarte los zapatos. En entrada un cartel advierte a las mujeres de que no entren durante su periodo menstrual. En silencio y en el interior de la cueva podrás escuchar como caen desde el techo y de forma continua pequeñas gotas de agua. Y es que chak chak en persa significa agua que gotea.
Cuenta la leyenda que la hija del último shah sasánida, Yazdegers III, llegó a este lugar intentando escapar de los árabes. Muerta de miedo y temerosa por su vida rezó en ese mismo emplazamiento y entonces como por arte de magia la roca se abrió y la joven desapareció entre la montaña.
La bajada fue menos dura que la subida y enseguida llegamos al taxi. A unos 80 kilómetros al noreste de Yazd se encuentra Kharanaq, un antiguo pueblo safávida. Llegamos sin demasiadas expectativas pero esta pequeña villa abandonada acabó cautivándonos por completo. Kharanaq es un pueblo de adobe de reducidas dimensiones. En él solo quedan casas bajas, callejones estrechos y juegos de sombras y colores. En Kharanaq serás Aladín por el tiempo que decidas quedarte. Las ruinas forman escaleras a través de las que podrás acceder con facilidad al tejado de las casas. Desde las alturas, subiendo y bajando peldaños, saltando de azotea en azotea y rodeando las torres de viento te costará parar a coger aliento y observar el horizonte. Sin embargo, al hacerlo será uno de esos momentos de plenitud.
Nos costó despedirnos de Kharanaq, pero finalmente y sin mirar atrás volvimos al taxi. Ya se estaba haciendo tarde y aun no habíamos comido pero todavía quedaba una última parada antes de volver a la ciudad: las torres del silencio. Ya hemos anticipado que Yazd es uno de los grandes lugares de culto de la religión zoroástrica. Los seguidores de ésta consideraban los cadáveres humanos algo impuro que no podía contaminar la tierra y por lo tanto no podían ser enterrados, sino que los cuerpos ya sin vida de los difuntos eran colocados sobre estas estructuras funerarias en forma de torre para que los buitres pudieran devorarlos. Finalmente, cuando ya solo quedaban huesos éstos eran arrojados a un osario. Antes de llegar, nuestro taxista (que debió de leernos el pensamiento) paró en un pequeño comercio a comprarnos unos helados y un poco de agua. ¡Muchas gracias!
Subimos a una de las torres del silencio, jadeando y con mucha prisa, pues en media hora teníamos que volver a estar en el coche. No había apenas gente y la tranquilidad era absoluta, incluso perturbadora. Casi podías ver los buitres volando en círculo sobre las torres.
Volvimos a media tarde y como ya se había pasado la hora de comer nos acercamos a una pequeña tienda a comprar zumo y algunas galletas. Nos atendió un joven iraní, muy curioso que no dejó de preguntarnos sobre nuestro país y cultura. Debía de tener unos 15 años y estaba interesado en la economía y el empleo nacional. Quería que le diéramos un billete de 5€ pero no lo consiguió. Ya con provisiones volvimos al hotel a descansar un rato.
Las galletas solo hicieron que abrirnos el apetito así que no tardamos en ir a cenar. Aunque antes se nos ocurrió echarle un vistazo a la Mezquita Masjed-e Jame o Mezquita del Viernes, que estaba a tan solo unos pasos del hotel. Nuestro plan original era visitarla al día siguiente pero como aún era temprano pensamos en entrar. Nos acercamos a la puerta y vimos que era de pago así que finalmente decidimos dar media vuelta y volver el próximo día con más tranquilidad. Cuál fue nuestra sorpresa cuando el guardia de seguridad nos insistió en que entráramos y no nos quiso cobrar nada por la visita. Pensaba que no queríamos entrar porque teníamos que pagar y nos dejó acceder de forma gratuita para que no nos perdiéramos la belleza de esta mezquita.
Al poco rato de volver a la calle se nos acercaron tres niños, querían saludar y hablar con nosotros. Bromeamos con ellos sobre equipos de fútbol y después de un poco de burla nos reconciliamos con unas fotos. No nos costó encontrar un sitio para cenar. Además, en Yazd muchos de los restaurantes tienen sus mesas en el tejado de los edificios, por lo que pudimos disfrutar de una agradable velada con vistas a toda la ciudad. Después de cenar dimos una pequeña vuelta y con ella concluyó el día.