¿¿Irán?? ¿No es peligroso? ¿Qué se te ha perdido allí? ¡Yo no iría nunca! ¿Y eso es seguro? ¿No te da miedo? ¡Estás loca! ¿Y vais por vuestra cuenta? Éstas son algunas de las reacciones causadas hasta el momento al comentar nuestra el destino de nuestro viaje. Pues bien, lo primero que me gustaría hacer antes de nada es aclarar que Irán es un país tan interesante como seguro. Además, la hospitalidad iraní no tiene límites. Dicho esto, aquí empieza nuestra pequeña aventura…
Son las 11:30 y nos encontramos en el aeropuerto de El Prat, Barcelona, frente a los mostradores de la compañía Turkish Airlines. Nos espera un largo viaje hasta Teherán. Dos aviones y tres aeropuertos nos separan de la capital iraní en estos momentos. Todo está listo, tenemos nuestras tarjetas de embarque y muchas ganas de llegar a nuestro destino. Hacemos escala en Estambul, donde tendremos un total de 7 horas para cruzar la ciudad y cambiar de aeropuerto. Todo bajo control. Nuestras maletas ya van cargadas con pañuelos para cubrirnos la cabeza, camisas de manga larga, pantalones holgados y también alguna que otra chaquetita por si algún día la temperatura baja de los casi 40 grados previstos.
Facturamos según lo planeado y volamos sin más retraso del habitual. Podemos contar con los dedos de la mano los españoles que viajan en este vuelo. Al llegar a la capital turca nos recoge un conductor y con él cruzamos la ciudad de Estambul, una Estambul algo más agitada de la que conocemos, pero con sus mismas luces, tráfico y ajetreo. Destacan miles de banderas turcas en las fachadas de grandes y pequeños edificios, también podemos verlas en coches, autobuses en incluso en algunos escaparates. Al llegar al aeropuerto la espera se hace larga y además hace frío, ¡para variar! Aunque nada que no arregle una bebida caliente y algo de ropa.
En el vuelo a Teherán dormimos; o al menos lo intentamos. Solo hay 2.5 y media de diferencia horaria, por lo que esta vez parece ser que conseguiremos librarnos del temido jet-lag. Finalmente, cuando ya está amaneciendo aterrizamos en tierra iraní. Es el momento de cubrirse la cabeza y así lo hacen todas las mujeres del avión nada más tocar tierra firme.
Ahora falta lo más difícil: conseguir el visado. Tenemos todo lo que hace falta: fotos de carné, un seguro de viaje, una reserva de hotel y un pasaporte que no caduca en los próximos 6 meses. No sé muy bien cómo lo hacemos pero, sorprendentemente, al final conseguimos quedarnos los últimos de la cole. Mientras atienden a todos los demás vamos rellenando el formulario de solicitud de la visa: nombre, apellidos, número de pasaporte, teléfono, hotel, dirección del hotel… ¡Espera! ¿Dirección del hotel? Sabemos el nombre del hotel en el que tenemos hecha la reserva pero no la dirección. Bueno, no pasa nada, en una ciudad de 8 millones de habitantes encontrar un pequeño hostal no será tarea difícil. Eso si nos dejan pasar.
Hablamos con 3 trabajadores diferentes, respondemos sus preguntas y al final parece ser que se fían de nosotros. Eso sí, no sin primero buscar la localización del hotel por Internet y llamar para comprobar que la reserva es real. Todo esto en un inglés mezclado con el lenguaje de los signos con el que tan bien nos entendemos todos. Eso y los 75€ que te cobran por entrar al país. Todo va bien por el momento. Después de más de 20 minutos de gestión, nos devuelven los pasaportes y para nuestra sorpresa en dos de ellos el visado está en inglés y con foto pero en el tercero no solo no aparece la fotografía sino que toda la información está en farsi y la fecha de salida no es correcta. Volvemos al mostrador a reclamar y nos aseguran que no habrá ningún problema, que todo “is okay, is okay”. Pues perfecto.
Una vez pasado el control policial, el siguiente paso es encontrar un banco para sacar dinero. Llevamos todo en efectivo, ya que parece ser que las tarjetas de crédito no son una opción en este país. El máximo dinero que nos dejan cambiar son 100€, es decir unos 4 millones de riales. Nos dirigimos a la salida del aeropuerto, con nuestro nuevo fajo de billetes aún sin identificar y llegamos enseguida a la parada de taxis. Con mucha amabilidad nos ayudan a buscar el hotel y después de negociar el precio de la carrera nos metemos en el coche con destino al hostal Iran Cozy. Los anfitriones son un matrimonio entrañable que enseguida nos da conversación, nos presenta al resto de huéspedes y nos invita a sentarnos a la mesa del desayuno. El menú: un huevo duro, pan con queso, mermeladas y por supuesto té (o en su defecto café). En el hostal se hospeda también un matrimonio holandés, un joven japonés y un señor francés de mediana edad. Todos agradables, pero el sueño puede con nosotros. Una vez hemos llenado la barriga decidimos descansar durante un par de horas. El despertador sonará a las 11 y marcará el inicio de nuestra visita a Teherán.